Sabemos que el ser
humano es único e irrepetible. Sin embargo, decir eso de Elsa Tita Marincovich
es decir poco y hasta podría parecer un lugar común para sostener algún indicio
de vanidad, de la cual ella carece rotundamente.
Elsa no entra dentro
de los parámetros con que se mide la dimensión humana ya que, en cuanto a su
forma de ser esencial no se parece a ninguno de los seres que habitan en esta
tierra. Ella es eso y mucho más. Es un ser amable y cargado de ternura cuya
actividad ininterrumpida y armónicamente elaborada para conseguir el deleite
para si y para los demás la ha llevado por caminos de complejidad actualmente
inabordables.
Elsa Marincovich es
ella y su trayectoria, desarrollada desde su niñez vivida en el campo, entre arboledas flores, puntillas, bordados y guipures. Frutos todos, tomados,
naturalmente de sus antepasados centroeuropeos. Los que le darían el primer
envión, para que luego, de manera inconsciente comenzarán a surgir de su mente a
la manera de diseños exclusivos de valor incalculable.
Diseños que podemos
reconocer en las memorables confecciones de blusas feminísimas al mejor estilo
collage, las que quedaron en las mentes de las que tuvimos la dicha de
vestirlas o admirarlas en otros cuerpos, como obras de arte dignas de
coleccionar y preservar del paso del tiempo. También
podemos reconocer su personal creatividad en sus esculturas de finas formas, conjuntamente
con los variados bustos de exactos semblantes, ejemplificados por el de su
propio padre. Buscó que reguardaran la sala de las esculturas del Mahda –Museo y
Archivo Histórico de Arrecifes- y demás ámbitos, ubicados en todo el país
concernientes a colecciones privadas.
Y fundamentalmente en
su pintura conceptual –abstracta de misteriosa fórmula y excepcional carácter,
como la que hoy nos acerca a manera de presente puro o regalo de lujo. Para que
nuestra sensibilidad intervenida por la presencia de estas obras ya concretadas
y expuestas, nos permita reconocer lo positivo de la vida cuando se la vive iluminándola con la luz de la conciencia. Y eso lo podemos afirmar sin temor a
equivocarnos porque sus telas de equilibrado ajuste y sublimes iridiscencias
nos permite adentrarnos intuitiva y prontamente en su alma, la que se nos
brinda con tal alto grado de refinamiento como para describirla así sosegada,
sencilla, mesurada pero en revolución permanente. Y eso es lo que la
transforma, justamente, en una artista pura, sin macula, brillante,
resplandeciente. Talladas sus aristas por la vida con la perfección necesaria para
el logro del engarce justo. Así la vemos.
Pero hay más: Elsa es
poeta, también. Y ser poeta es otra cosa más a su favor. Lo dicho aquí no alcanza para abarcarla. Sus dones que son muchos y
variados necesitan de nuestro silencio para conseguir escuchar, llegados desde
el interior de sus poemas, el ritmo esencial, cuyo sonido nos remite al inicio
de la vida, cuando ambos reinos no llegaban a diferenciarse.
Su tristeza y su
alegría, le otorgaron el drenaje de su energía. Y el desprendimiento producido
en la imagen del cielo y de la tierra enfrentados, en el arriba y el abajo, fue
el responsable de que Elsa Marincovich, nuestra Tita, desde ese día -el metafórico
de su nacimiento- dirigiera sus incógnitas inquietantes desde la actitud
artística- humanística y social. Para salvarse y salvarnos de los intrascendente de lo superficial, de lo vacío. Anteponiendo la teoría de lo
interesante como elemento necesario para neutralizar lo indiscriminado. Ella
pobló su mundo de imágenes y nosotros gozamos de ese mundo y lo hacemos nuestro
porque nos gusta hacerlo. Tal vez, porque de manera inconsciente llegamos al
convencimiento de que nadie como ella pudo haber conseguido esta manera de
expresarse para conseguir, tan naturalmente como lo ha hecho, que nuestra alegría surgida de la coincidencia se exaltara hasta el estremecimiento.
Paul Valery decía que para saber de barcos había que saber
de mares, de olas, de mareas, de vientos, de sal, de arenas, de playas, de ríos…y
de tsunamis podría agregar, calladamente Elsa sin decirlo. Abarcó, sabemos,
todo lo que le interesó. Y dentro del arte, como palabra mayor, todo. Y nos
transmitió esa musicalidad noble y delicada que el silencia degusta – tal como
degustan los vinos los que conocen la esencia reparadora de su suavidad
controlada. Armonía y control son sus verdades. Verdades de las que nos hemos
adueñado para conseguir este deleite compartido.
Amanda Patarca.
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